Creo que Begoña Abad deja claro que la línea de flotación de este libro suyo, Cómo aprender a volar, es una decidida voluntad de vivir. Voluntad de vivir como estado poético. Poesía como forma de vivir. De vivir con los otros, de reconocimiento generoso en el otro y en lo otro. De este punto básico, simple o sencillo, si se quiere, pero profundísimo (yo diría que el más profundo y necesario punto de apoyo de la palanca con la que debemos mantener el equilibrio de la vida), nacen las alas de la poesía de Begoña Abad, y en concreto de este libro. Como bien explica en su prólogo Antonio Orihuela. De la misma manera que no hay una sola manera de vivir, yo no creo que haya una sola forma de entender poesía, y desde luego parece haber muchas formas de escribirla. Sobre todo si tanto para quien la escribe como para quien la lee, la inteligencia poética va a ritmo precisamente de la propia vida. La poesía de Begoña Abad es de esa estirpe de palabra que nos deja sin escapatoria, directamente delante del mundo y de la gente. Una palabra que piensa en el mundo y en la gente. Un hermoso y certero mantra que sin ambages ni demasiados circunloquios expresa muchas de las verdades esenciales que todos pensamos y sentimos a diario, pero que por muy diferentes razones (desde el miedo hasta la pedantería) casi todos silenciamos o casi todos adornamos de máscaras con las que jugar al despiste. La poesía de Begoña Abad es esa poesía que salva por la palabra, porque la palabra se edifica aquí como celebración de la vida, reclamo y exigencia de libertad. (fragmento) Luisa Miñana. Zaragoza Feria del Libro 2012 |