En medio de esta edad oscura, con los modelos económicos por el suelo, cuando tanta gente desorientada había puesto en ellos la realización plena de la esperanza y el éxito, nos aparece un libro de poemas (con la crisis en el título) que espanta quejumbres, despeja de sueños sonámbulos, y nos pone en los raíles jubilosos de la esperanza. LA CRISIS DE CRISÁLIDA, de Concha Vicente, no nace del deslumbramiento juvenil ante el mundo, como lo era aquel Don de la Ebriedad de Claudio Rodríguez, en el que la claridad siempre viene de arriba y es un don. Sesenta años después, la poeta zaragozana intuye que el milagro no está en un simple caer del cielo, sino que la luz llega forcejeando con las tinieblas desde el fondo de uno, desde más abajo del dolor: “Del claroscuro, / los más oscuros se van difuminando. /Algo luminoso ocupa su espacio”. Concha Vicente comienza el libro a contravida, al ver cumplida con creces su plegaria de “tener hijos sedientos”, con los que beber de la belleza y que “hoy saben crear sus propios ríos”. Es el aviso ya de una buena noticia: No cabrán culpas ni quejas en los poemas que siguen, independientemente de cómo haya sido la propia vida, más allá de desamores y muertes. Poesía, pues, restauradora y sencilla. Ya no es el deslumbramiento ingenuo del mundo por estrenar, ni el sentimiento de pérdida tenaz, aun contenido, de su libro primero MIMARÉ TU RECUERDO CALLADA (2008 Libros Certeza). (fragmento) Roberto Miranda |