Semblanza de Marcelo Reyes por Manuel M. Forega.

Fecha de publicación: Dec 21, 2016 2:53:59 PM

A Marcelo Reyes, el tráfago de la vida y el boato de los grandes acontecimientos sólo lo perturban.

Por contra, supo siempre que su lugar en la tierra estaba destinado a una vida sencilla; la abundancia y diversidad del mundo los conocía, como Cervantes, a través de la observación y derramando entre sus semejantes grandes dosis de generosidad y empatía. A lo largo de su vida se arrojó al torbellino de lo episódico o extraordinario, pero lo hizo solo, con la modestia y excepcionalidad del héroe solitario: así pudo, entre las altas nubes, conocer la textura de los tejidos de Isis, competir con «Mano Lenta» en los mástiles, refutar a Adam Smith o emular a Filípides y al archimagirus en la tierra. He aquí, ahora sí, al que fue hombre extraordinario y de acción sin que ningún heraldo lo advirtiera. Ser discreto, maestro, como Paracelso, del magno saber irrevelado.

Como a Daudet en su molino junto al Ródano, herían su fina sensibilidad los acontecimientos más insignificantes y habituales, y lo rejuvenecían los ladridos y los juegos de los perros. En aquel inmenso mundo que habitaba ningún paso dio que en él no despertara los más sorprendentes descubrimientos sobre la esencia y el significado de las pequeñas cosas.

Este ser poeta, como Novalis quería, hacía de él uno de esos insólitos hombres que pasan de vez en cuando a nuestro lado y revelan el misterio antiguo y noble del ser humano ofreciendo en su mirada pródiga el amor, la alegría, el sereno mensaje de la felicidad al amparo de su luz. Como Holan, divisaba el mundo desde su propia altura, al nivel mismo de su mirada y en él veía antes al hombre que a su anécdota y si —como Montaigne— ascendía a una atalaya, era ése el lugar de sus sueños, como en Nerval y en Nietzsche, conocedor profundo de que semejante torre debía asentarse en análogo cimiento. Vivió en la tierra siendo poseedor de lo mínimo, inmune al frenesí de la riqueza. Era aquel huésped libre que entra en casa caminando con pasos dorados cuya presencia, inopinadamente, nos provee de alas y de serenidad nos colma.

A Marcelo Reyes lo guarda una divinidad triple, y se le conoce porque a su alrededor hay niños, música, vino, perros, libros, gatos —y gatos de piedra erosionada—, chimichurri, ciudades oasis, un sombrero de paja a mano siempre… y un mar inmenso que de él ahora nos separa, aunque en cada espuma nos lo cede.

(publicada en la Revista Barataria de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro de Zaragoza)