Antología lírica

Pedro Manuel de Urrea

Editor literario: Enrique Galé

Antología lírica

Criterios de edición 

Nunca, en los más de cinco siglos de existencia de la obra de Pedro Manuel de Urrea, se había llevado a cabo un intento de divulgación de su poesía como el que esta Antología lírica acomete. Por ello, durante su preparación nos hemos visto obligados a conjugar dos procesos editoriales en cierto modo contrapuestos. 

Por un lado, se ha procurado llevar a cabo una imprescindible actualización del texto, evitando rasgos medievalizantes que ya no se correspondían en aquellos años con diferencias fonológicas significativas y, al mismo tiempo, se han modernizado determinados usos gráficos para ajustarlos a las convenciones modernas: se resuelven las abreviaturas, las grafías v/u, y/i, x/j, q/c, c/z son utilizadas con criterios actuales, se simplifican las consonantes dobles -ff-, -ss-, -sc- o -nrr- y el verbo «haber» se regulariza en su forma actual. De igual modo, el texto está puntuado y acentuado de acuerdo con la normativa vigente y, en el caso de las palabras en las que el propio autor muestra una vacilación gráfica, hemos escogido y generalizado siempre la forma actual. 

Por el contrario, y puesto que tanto el Cancionero como la Peregrinación son reflejo de un estado de la lengua castellana que todavía puede considerarse preclásico, hemos respetado algunos rasgos gráficos, fonéticos y morfológicos que, sin dificultar apenas nuestra lectura, confieren al texto un aroma de antigüedad que se corresponde con la época en la que fue escrito y con el desconocimiento que todavía hoy se tiene de él. Por ello, se respetan los grupos cultos -bs-, -pt-, -chr-, y el uso de la letra -ç-. Igualmente se mantienen contracciones arcaicas como «deste» o «dél», y se reproducen formas antiguas que el autor usa de forma generalizada como «huego» o «sepoltura». 

Por último, aunque en general hemos seguido el texto del Cancionero de 1516, en los casos en los que hay divergencias morfológicas con el de 1513, hemos optado por la versión de este último, menos manipulada por los impresores castellanos.

Poemas de Pedro Manuel de Urrea

A UN VIEJO ENAMORADO 

Ali Bollo, mi consejo 

no puede venir en daño: 

es que os guardéis del escaño 

que os tienen en cas del viejo. 

Porque sois vos muy cornejo 

para tener tanto amor; 

a otro dan el favor, 

a vos gato por conejo 

porque os dejan para viejo.


Fin. 

Aquella mujer honrada 

que al morir tanto os aguija, 

mirad que tiene una hija 

que quiere ser festejada. 

Y vuestra cara ruada 

y gesto de esternudar 

no puede allí reposar, 

porque está mal agradada 

de veros en su posada. 


A UN JUAN DE GÉNOVA 

Juan de Génova, peón 

de aquellos con que dan jaque, 

quien de vos cayere va que 

es caer de un escalón, 

que no cumple al que en vos more 

aunque caídas procure, 

cirujano que lo cure, 

ni pariente que le llore.116 

Muchas veces he pensado 

aquí en la villa de Illueca, 

por saber en lo que peca 

vuestro cuerpo rudillado. 

Mas vuestro meneo es tal 

y auctoridad de mochuelo, 

que no sé si sois siñuelo 

o si sois maestre coral. 

Si sois conejo gaçapo 

que huye de la raposa; 

si sois capullo de rosa, 

o sois inchasón de sapo; 

sois turrones de alegría, 

sois enojoso reproche, 

sois golondrina de noche 

o morciélago de día. 

O si sois el a, b, c, 

pater noster pechelino, 

o si sois cerro de lino,117 

fusta de arca de Noé, 

nudo de cordón de fraire 

o gelosía de monja, 

o quiçá si sois esponja 

o paja que lleva el aire. 

Conjúroos por Dios del cielo 

digáis si sois ranacuajo 

o si sois escarabajo 

del que vuela, o del del suelo. 

Sois adverbio de latín 

o clavija de guitarra, 

o si sos uva de parra, 

mandrágula con mastín. 


Fin. 

Y así que, sin conoceros, 

acabo con enojaros, 

sin gana para miraros 

ni saber para entenderos. 

Pero mi saber no yerra 

aunque no os ha conocido, 

pues que sabe habéis nacido 

como turma de la tierra. 


COPLAS SUYAS A UNA VIEJA QUE LE QUERÍA DAR A SU HIJA POR AMIGA, VINIENDO DE LA SANTÍSIMA TIERRA DE JERUSALÉN 

Buena vieja, bien veis vos 

los santos pasos que sigo. 

Nunca medre yo con Dios 

si no os diera yo un castigo 

que os acordara de nos. 

Pues, maldita vieja antigua, 

contemplad esta sazón, 

¿qué os hinche más el bolsón: 

dar la hija por amiga 

o la casa por mesón? 

Ella lleve la sortija 

pues que vos ya no sois tierna 

y enclavad con piedra guija 

con el ramo de taberna 

el espejo de la hija. 

Porque los que mal eligen 

vengan a pagar el porte, 

poned señal de deporte 

para aquellos que se rigen 

apartados deste norte. 

Visto nuestro pensamiento, 

vuestra ponçoña mortal 

debiera tener más tiento 

y mitigar vuestro mal 

con grande arrepentimiento. 

Como hierba de saeta, 

si membrillos allí están, 

ponçoña le quitarán 

y la ternán tan sujeta 

que nunca más la querrán. 


Fin. 

Yo soy malo y pecador; 

no quiera Dios que aquí peque 

porque vos cogéis tal flor 

que veréis cuando se seque 

vuestro placer ser dolor. 

Y así que, incrédula griega, 

vos quedad en Nicosía 

que yo voy en romería 

y vos vais con vista ciega: 

Dios guarde la vista mía. 

Introducción 

Imagen del Castillo de Trasmoz, por Valeriano Bécquer


El palacio de los condes de Aranda, en la villa de Épila, se alza majestuoso sobre la vega del Jalón en mitad de la ladera a la que se encarama el caserío. Allá arriba, en una estancia amplia y severa, a la que se entra a pie llano desde una calle superior, techada con uno de los alfarjes mudéjares más bellos de Aragón, está el Salón de Ceremonias del palacio. Debajo, en una de las habitaciones privadas de la familia, nació el 25 de marzo de 1485 Pedro Manuel de Urrea, tercer hijo varón del primer conde de Aranda y el escritor aragonés más importante en los casi cinco siglos que median entre Pedro Alfonso y los hermanos Argensola. 

En la primavera de 1485, el vizconde de Rueda, don Lope Ximénez de Urrea, padre del escritor, todavía no había recibido el título de conde, que el rey Fernando II le concedería en 1488. Sin embargo, ese palacio donde nació el futuro poeta era ya uno de los núcleos políticos más importantes de Aragón pues los Ximénez de Urrea, a lo largo del siglo XV, habían ido consolidando su posición como cabeza de uno de los bandos nobiliarios más poderosos de Aragón. A la familia había pertenecido Lope Ximénez de Urrea, virrey de Sicilia, abuelo del recién nacido. Y también otros Pedro de Urrea, como el virrey de Valencia o el arzobispo de Tarragona, principales apoyos de Juan II en la guerra civil de Cataluña. 

Y no era menor el poderío familiar de su madre, doña Catalina de Urrea y de Híjar –Catalina Fernández de Híjar y de Beaumont, de acuerdo con las convenciones actuales–, hermana de don Luis de Híjar, conde de Belchite y decano de la nobleza aragonesa. 

Pedro Manuel de Urrea vino al mundo en una familia de complejos y poderosos intere-ses económicos, políticos y sociales que van a condicionar las fases más importantes de su vida. En este contexto, la muerte de su padre en marzo de 1490, cuando el futuro escritor aún no había cumplido los cinco años, marcó de forma definitiva su vida, pues será su madre, la condesa-viuda, quien se haga cargo de su hijo menor hasta su muerte en 1521. 

En un primer momento, el principal cometido de doña Catalina va a ser proteger el legado patrimonial de Pedro Manuel, al que su padre solo había dejado el pequeño feudo de Trasmoz, un pueblecito de apenas cien familias musulmanas coronado por un fuerte pero avejentado castillo. El objetivo de la madre consistirá en asegurar la posición estamental de su hijo entre los miembros de su clase social pues, por nacimiento, don Pedro Manuel de Urrea formaba parte de uno de los cuatro «brazos» de las cortes aragonesas, el brazo de los ricoshombres. Esta clase privilegiada la componían apenas una docena de familias que, con su poder económico y su posición social de privilegio, condicionaban por completo la vida política del Reino. 

Dos van a ser los caminos que siga la condesa para lograr su objetivo de consolidar la herencia de Pedro Manuel: conseguir que Trasmoz le proporcione mayores rentas mediante la apertura de una explotación minera, una «ferrería», y cerrar el compromiso matrimonial de su hijo con una familia, los Sessé, de menor categoría social pero con una buena posición económica. Todo ello, doña Catalina lo hará desde el castillo de Almonacid de la Sierra, a donde ha de retirarse con Pedro Manuel y el resto de sus hijos –Catalina y Beatriz, las hijas mayores, a las que pronto casará con otros miembros de la nobleza, y Juan y Timbor, los dos pequeños, destinados a la Iglesia–. Esto sucede a mediados de la última década del siglo XV, cuando Pedro Manuel apenas tiene diez años y una vez que don Miguel Ximénez de Urrea, su hermano mayor y nuevo conde de Aranda, casado en 1493 con una prima del rey, Aldonza de Cardona, se asienta en su palacio de Épila. Doña Catalina descendía de una ilustre familia de la nobleza aragonesa que se enorgullecía de contar entre sus miembros con don Juan Fernández de Híjar, que ha pasado a la Historia con el sobrenombre de «El Orador». Nieta suya, la condesa-viuda de Aranda va a favorecer el interés por la lectura y la literatura del futuro escritor y el castillo de Almonacid, en la comarca de Cariñena, va a ser el lugar donde Pedro Manuel de Urrea reciba su primera instrucción, guiado probablemente por Miguel Celma, un clérigo alcañizano. Allí será, igualmente, donde el joven caballero redacte sus primeras obras, como el poema de amor dedicado a las hijas de Leonardo Climente, un criado de la condesa, o la copla satírica contra Alí Bollo, moro de la localidad. 

Pero Almonacid de la Sierra va a ser también el lugar desde donde Pedro de Urrea tendrá que padecer el largo pleito que enfrenta durante una década a su hermano mayor, el conde, con su madre. En él, el propio escritor va a verse implicado, a cuenta de su herencia, hasta que en 1502 una sentencia del rey Fernando II le confirme como señor de Trasmoz. 

Por entonces, el poeta, de diecisiete años, emprende uno de sus primeros grandes proyectos literarios, las Coplas sobre el pleito, en las que convierte en literatura los problemas familiares que están amargando su juventud, pues el enfrentamiento entre doña Catalina y su hijo mayor va a continuar hasta 1505 y aún hallaremos sus ecos en el «Prólogo» del Cancionero. 

En estos primeros años de Almonacid vemos a un joven Pedro de Urrea que está empezando a formarse bajo el influjo de Juan del Encina, el gran poeta castellano que había publicado su propio cancionero personal en 1496. Es una etapa de imitación y de tanteo, con obras primerizas como Peligro del mundo pero también con piezas excepcionales como las Coplas a doña María, su mujer. Y es que la vida de Urrea toma otro rumbo tras su matrimonio con doña Maria de Sessé, hermana del baile Manuel de Sessé, una de las personas más influyentes del reino como responsable de la fiscalidad aragonesa. El matrimonio de don Pedro y doña María fue fértil tanto familiar como literariamente. El escritor tuvo hasta seis hijos, cinco varones, Lope, Pedro, Manuel, Miguel y Juan y una hija, Catalina. 

Pero su libro recoge, además, una buena cantidad de poemas maritales, temática apenas utilizada en su época. Además de las Coplas mencionadas, Urrea le dedica también a su esposa canciones, villancicos y glosas, que convierten a doña María de Urrea y de Sessé en una de las presencias más significativas del Cancionero. 

De todos modos, la mujer más cantada por el poeta no es su mujer sino una Leonor, hasta ahora no identificada pero que bien podría ser Leonor Boscán, una de las hermanas del poeta barcelonés. Leonor Boscán 

se casó precisamente en Zaragoza en 1506, matrimonio al que haría alusión el poema «A su amiga, que se desposó». Y en cualquier caso, la otra hermana, Violante Boscán, sí que figura por su nombre como destinataria de una composición. De ser así, Violante o Leonor Boscán serían también la «enamorada» barcelonesa a la que se dirige el poeta muchos años después, en su paso por la ciudad condal en 1517, camino de Roma. 

Junto a estos, encontramos también poemas dirigidos a una mora, «la Moragas», o a otra dama, Aldara de Torres, de las que solo sabemos que era hija del alcaide de Ponferrada. 

Son, en cualquier caso, piezas líricas ajustadas a las convenciones de la poesía cancioneril a la manera del Cancionero General de 1511. 

De este modo, Pedro Manuel de Urrea debe considerarse el más importante poeta cancioneril de Aragón, el único que publica su propio cancionero particular y el más variado en temas, tonos y formas poéticas. 

Apasionado por toda la literatura de su época, en esta primera etapa creativa en la que Urrea se encuentra en plena juventud, entre 1502 y 1509, el escritor aragonés va a practicar también otros géneros literarios de moda en su entorno: la novela sentimental –Penitencia de Amor–, la poesía religiosa –Credo glosado–, la narración alegórica –Batalla de amores– e incluso la versificación de La Celestina. Su incursión en este último campo tiene una relevancia especial puesto que su Égloga del Auto Primero… va a ser, además de la primera obra de teatro castellano escrita en Aragón, la primera reinterpretación literaria de la obra de Fernando de Rojas llevada a cabo por un escritor español, recién publicada la Tragicomedia. 

Hacia 1505, Urrea había alcanzado ya la mayoría de edad y, de acuerdo con su condición de miembro de la alta nobleza aragonesa, había entrado a servir a su rey, Fernando II de Aragón, en una etapa especialmente compleja de su reinado. Muerta la reina Católica en 1504, Fernando tiene que enfrentarse a las reclamaciones de su yerno, el nuevo rey Felipe de Austria, esposo de Juana I de Castilla. 

Por sus propios versos sabemos que Urrea tomó parte en los episodios históricos que, en la primera mitad de 1506, acabaron con la salida de Castilla del rey de Aragón, tras las accidentada y peligrosa entrevista de Remesal. Es muy probable también que hubiera acompañado a su hermano Miguel y a la condesa de Aranda, Aldonza de Cardona, a Hondarribia, donde la nobleza aragonesa recibió a su nueva reina, Germana de Foix, a principios de 1506. 

Sin embargo, inmediatamente después y mientras su hermano Miguel acompañaba a Fernando II a Nápoles, Pedro Manuel de Urrea no solo se quedaba en la península sino que, debido a alguna falta que hasta ahora no hemos podido documentar, se ve desterrado de la corte durante un año. Este destierro es uno de los elementos biográficos más relevantes de la primera etapa creativa del escritor de Épila. Durante ese año que ha de vivir alejado del mundo cortesano al que acababa de incorporarse y en el que escribe, por ejemplo, las Coplas estando triste porque iba a una aldea, comienza a desarrollar un tipo de literatura mucho más personal, más creativa y autónoma. Su producción se abre a piezas más complejas como la novela sentimental Penitencia de Amor, en la que combina La Celestina con la Cárcel de Amor, o la compleja prosa alegórica Rueda de Peregradación, de una gran originalidad. Por otra parte, la influencia de Encina se va a redirigir ahora hacia la escritura de églogas dramáticas de tipo pastoril, la primera de las cuales, Nave de Seguridad, parece haber sido escrita con ocasión del compromiso matrimonial de su sobrino Pedro Martínez de Luna, futuro conde de Morata, con Marina de Lanuza, hija del Justicia de Aragón, en 1510. Precisamente ese año, 1510, Pedro Manuel de Urrea siente que ha terminado una primera etapa de su vida y de su producción literaria, que desde el punto de vista creativo cierra con una primera versión de su Cancionero, «acabado todo lo que en él se contiene hasta veinticinco años», tal y como indica en la propia «Tabla de contenidos» de su obra. Se trata de una recopilación dedicada a su madre como regalo de despedida cuando, por fin, en la segunda mitad de 1509, el poeta deja el castillo de Jarque, donde había residido con ella esos últimos años, para mudarse con su mujer y sus hijos a su feudo de Trasmoz. Allí, la vida de Pedro Manuel de Urrea va a dar un vuelco total, pues el joven aprendiz de escritor retirado en Almonacid y el caballero novel recién llegado a la corte del rey Católico, dejan paso al señor de vasallos que tiene que sostener su «estado» en un medio social hostil y peligroso. 

La presencia del joven señor de Trasmoz en su feudo, poco más que un viejo castillo rodeado por el pobre caserío de sus vasallos y unas herrerías perdidas en la falda del Moncayo, trastoca los complejos equilibrios de poder de la zona. De ahí que entre 1510 y 1513 la vida del escritor va a verse envuelta en sucesivos conflictos judiciales y militares, cada vez más complejos y peligrosos, cada vez de mayor amplitud y relevancia. En Trasmoz, Urrea procura hacer valer su alta posición social frente a otros señores de la zona: se arroga el derecho a cortar leña en los bosques de Añón, pretende poder aprovecharse de las aguas que pasan por Litago, e intenta, incluso, apropiarse de la vecina localidad de Lituénigo. La reacción es, por supuesto, inmediata y va a polarizar todas las energías de la zona. Añón, una pequeña encomienda de la orden del Hospital, llamará en su defensa a los caballeros sanjuanistas de Ambel, y lo mismo harán los mudéjares de Litago, pidiendo protección al abad de Veruela. A su vez, Garci López de Lapuente, señor de Lituénigo, logrará la intervención en su favor del propio arzobispo de Zaragoza, don Alfonso de Aragón, hijo natural del rey. 

Incluso en la propia ciudad de Tarazona, donde residía López de Lapuente y a cuya cofradía de caballeros de San Jorge pertenecía Urrea, los hidalgos van a verse obligados a tomar posición en un bando u otro. De este modo, ya en 1511 comienzan los enfrentamientos armados con asaltos a las pequeñas poblaciones de la zona, cuchilladas por las calles de Tarazona, maldiciones bíblicas en el monasterio de Veruela, intervenciones de la Diputación del Reino, denuncias, cabalgadas, asesinatos y, por fin, unos primeros acuerdos entre el abad de Veruela y el señor de Trasmoz, que, sin embargo, solo van a dar paso a una segunda fase de la crisis. 

Los enfrentamientos habían rebasado ya los límites de la comarca del Moncayo: Ambel había pedido ayuda a don Juan de Aragón, sobrino del rey, quien, como castellán de Amposta era el máximo responsable de la orden, y el monasterio de Veruela había hecho lo mismo con uno de sus protectores, don Alfonso de Gurrea y Aragón, señor de Pedrola, hijo del anterior. Toda la poderosa familia real de los Aragón parecía conjurarse contra el señor de Trasmoz y este, que nada puede frente a tales enemigos, recurre a la única persona que está obligado a valerle, su hermano mayor el conde de Aranda, cabeza de la facción nobiliaria opuesta a los Aragón. 

De este modo, en 1512 los combates aún se agravan pero no en las faldas del Moncayo sino en la vega del Jalón, entre Épila y Pedrola. Al mismo tiempo, Pedro Manuel de Urrea deja de encabezar a sus propios vasallos para ponerse al frente de las mesnadas de la ciudad de Zaragoza que combaten al señor de Ricla, don Francisco de Luna, otro de sus enemigos, y de los hombres del conde de Aranda que sitian a don Alfonso de Gurrea en su palacio de Pedrola. 

En el verano de 1512 y a pesar de la tregua interpuesta por la Diputación del Reino, las tropas de los Aragón y de Francisco de Luna saquean e incendian la localidad de Lucena, del conde de Aranda, quien se resuelve a convertir estas banderías en una auténtica guerra civil: convoca a todos sus partidarios de la Corona de Aragón, que no solo se comprometen a ayudarle sino que, al menos desde Valencia, se ponen en marcha para entrar en combate. Curiosamente, todo este problema militar interno, en el que el señor de Trasmoz es uno de los protagonistas, se corresponde en el tiempo con la invasión de Navarra, también en el verano de 1512, en la que el conde de Aranda tiene una intervención relevante como uno de los capitanes del ejército aragonés que participó en la campaña. Y hemos de suponer que también Pedro Manuel de Urrea, cuya abuela materna era una Beamonte, es decir, pertenecía a la facción navarra que apoyaba la invasión, participaría en ella. 1513 es otro año fundamental para Pedro Manuel de Urrea. La anexión de Navarra ha terminado, Fernando II pone paz definitiva entre los Aragón y los Urrea, y, sobre todo, en julio de ese año se publica en Logroño la primera edición de su Cancionero. Es el inicio de la etapa de difusión de la obra literaria del señor de Trasmoz. Sabemos que durante la primera década del siglo, Urrea había publicado alguna pieza suelta como el Credo glosado, los Disparates, la versificación del «Auto Primero» de La Celestina, y, acaso, la prosa alegórica Casa de Sabiduría. 

Sin embargo, ninguno de estos impresos ha llegado hasta nosotros. Todo lo que conocemos de la primera etapa literaria de Pedro Manuel de Urrea lo encontramos en su Cancionero de 1513, exclusivamente poético, en la Penitencia de Amor de 1514 y en su recopilatorio Cancionero de todas la obras de 1516. 

Al margen de esto, la vida de Urrea, tras la etapa convulsa, violenta y caballeresca que va de 1510 a 1513, parece haber vuelto a su cauce normal, al menos hasta 1517, en su castillo de Trasmoz, ocupado en los asuntos de su feudo, pero sin verse envuelto en nuevos conflictos estamentales. 

Su vida va a cambiar de nuevo, sin embargo, en el verano de 1517, cuando Pedro Manuel de Urrea comience a prepararse para un largo viaje que le va a llevar hasta Roma. No están claras las razones que le mueven a iniciarlo pero el poeta, plenamente consciente de los peligros que entraña, antes de partir hace testamento en Zaragoza, dejando a su madre, a su mujer y a su hermano al cargo de sus asuntos y de su familia. 

Inmediatamente después comienza un viaje que va a prolongarse durante veinte meses, desde septiembre de 1517 hasta junio de 1519, y le va a llevar hasta Jerusalén pasando, entre otras muchas localidades, por Montserrat, Barcelona, Mallorca, Cagliari, Roma, Loreto, Venecia, Creta, Rodas y la actual Tel Aviv. Más aún, a su regreso visitará Nicosia, Nápoles y Génova y aún alargará su peregrinación hasta Santiago de Compostela. Este larguísimo periplo, iniciado tal vez por motivos políticos pero concluido, sin duda, por devoción, va a ser el punto de partida para la última y más importante de sus obras literarias, la Peregrinación de las tres casas santas de Jerusalén, Roma y Santiago. 

La Peregrinación es la culminación de la actividad literaria del señor de Trasmoz. Concebida como un gran libro de viajes, Urrea pretendía competir con la más importante obra de ese género en la Europa de su tiempo, el Viaje de la Tierra Santa de Bernardo de Breidenbach, que había sido publicado en Zaragoza en una edición de lujo en 1498. Y para estar a la altura de este magnífico incunable aragonés, el mayor bestseller de la imprenta europea de su tiempo, el señor de Trasmoz decidió apostar por su propia capacidad creativa. La Peregrinación, sobre una base lineal que recoge los datos técnicos del viaje devoto del autor, se construye como una sofisticada estructura diseñada para incorporar todos los materiales literarios con los que el autor pretendía enriquecer su texto: multitud de narraciones de todo tipo, con especial gusto por lo sobrenatural, reflexiones personales sobre las más variadas cuestiones, tanto dogmáticas como culturales, cartas retóricas al Papa, al Gran Turco y al Emperador y, sobre todo, un impresionante «Cancionero del Peregrino» compuesto por varias decenas de composiciones poéticas escritas en su mayoría a lo largo de la propia peregrinación. Superior en muchos aspectos incluso al Viaje de la Tierra Santa, no hay en la Europa de su tiempo ningún libro de este tipo que pueda compararse a la Peregrinación de Urrea en riqueza literaria y en originalidad creativa. Con él el autor de Épila llega al cenit de su propia capacidad como escritor. 

De vuelta a su feudo de Trasmoz en el verano de 1519, Urrea va a ponerse de inmediato a elaborar su obra magna, a partir de toda la ingente cantidad de datos que ha ido recopilando durante su viaje y con los textos literarios que ha ido escribiendo para desarrollar su obra. Año y medio después, en la primavera de 1521, la Peregrinación estaba escrita y, como había hecho con su Cancionero, don Pedro se la hace llegar a su madre, la condesa-viuda de Aranda, para que sea la primera en disfrutar de ella. Pero ese mismo año la condesa muere y su hijo decide hacer de la Peregrinación un homenaje póstumo a su madre: rehace la dedicatoria, ya que ella no va a poder leer el libro, y modifica toda su parte final para incluir un último homenaje a la mujer a la que debía todo lo que era. Y así se publica por fin la Peregrinación en marzo de 1523. Es su última obra pero también el último documento relevante de la vida del escritor. Tras ella apenas un último dato nos da cuenta de la muerte de su autor en Épila, en el mismo palacio que le había visto nacer, en octubre de 1524, hace ahora exactamente quinientos años. 

La fortuna literaria póstuma de Pedro Manuel de Urrea no ha podido serle más esquiva. Todas sus obras o han desaparecido o han estado a punto de hacerlo. De su Cancionero de 1513 durante mucho tiempo solo se conoció un ejemplar, reeditado una única vez, en 1878. De la Penitencia de Amor, recuperada en 1902, solo ha sobrevivido un ejemplar, en París, y otro del Cancionero de 1516, en Lisboa, desconocido hasta 1950. Y la Peregrinación todavía tuvo peor suerte. Prohibida por la Inquisición desde 1551 en todos los índices expurgatorios españoles, portugueses y romanos, se dio por desaparecida durante casi cinco siglos. Solo a partir de 2008, tras el descubrimiento de un único ejemplar conservado en Grenoble (Francia), ha sido posible volver a leer la que ahora sabemos que fue la obra cumbre de uno de los mejores escritores aragoneses de todos los tiempos. 


Enrique Galé Casajús 

Tauste, mayo de 2024