Leer la vida

 Edición bilingüe,  euskera/español

Leer la vida 

Gerardo Markuleta 

NOTA DEL LIBRO 

El viejo oficio de poeta 

No se me ocurre mejor lugar que este para contar la primera vez que vi a Gerardo Markuleta. Fue antes de conocernos y nunca se lo he contado. Estrenábamos el siglo, y yo era un estudiante que tomaba unas cervezas con otros compañeros en un bar de Vitoria. Uno de ellos, con aire de misterio, en un tono ambiguo entre la reprobación y la admiración, dijo: «Es un poeta», señalando a un hombre solo, que en una mesa apartada leía o escribía –es lo mismo–. Se me quedó grabado; recuerdo el bar y en qué mesa estaba sentado Markuleta, aunque no con quién me encontraba yo. La memoria es sabia. 

Esta anécdota me ha ofrecido desde entonces una base sobre la que asentar la constatación de que Gerardo Markuleta personaliza, para mí, todo lo que espero de un poeta, algo que, por suerte para los que no tienen trato con él, hace extensivo a su obra; no siempre sucede. Sus poemas son piezas de orfebrería en las que todo encaja, en las que se adivina el esmero en la selección y disposición de las palabras, en la exactitud de las imágenes; un trabajo consagrado generosamente al lector, para que este llegue sin esfuerzo y con sorpresa al estremecimiento. 

Para el lector de poesía en euskera, Gerardo Markuleta es sobradamente conocido, y no solamente por la cantidad de textos suyos musicados por diversos cantautores, ni por su merecida fama como traductor literario bidireccional (ha traducido al euskera autores como Julio Cortázar, Françoise Sagan, Michel Houellebecq o Sergi Pàmies, y entre los poetas a Ángel González o Vicent Andrés Estellés; y ha vertido al castellano a Kirmen Uribe o Harkaitz Cano). Los seis libros de poesía que ha publicado (desde Larrosak noizean behin, de 1990, hasta Denbora bere lekura, de 2015) han merecido la atención de crítica, tanto académica como periodística. Aritz Galarraga ensalza, por ejemplo, la valentía de Markuleta de «emprender un camino excepcional en las letras vascas»; describe, además, sus poemas como «desnudos, directos, dotados de economía verbal, de fina ironía, con un mimo especial por el ritmo y con cierta presencia constante de la naturaleza». Iñaki Aldekoa en su Historia de la literatura vasca, afirma que «Markuleta utiliza un lenguaje asequible y coloquial, pero trabajado desde dentro con el fin de desatar la ambigüedad, la paradoja o la chispa que pretende transmitirnos el poema. Sin embargo, su poesía –por decirlo con palabras de Jaime Siles– no deriva del lenguaje, sino que libera su sentido en él (…). Estamos ante un poeta que cuida y mima el ritmo y la sonoridad de los versos, las palabras y las alusiones». 

Pienso ahora que la imagen del orfebre ha acudido a mi mente también por ser la de Markuleta una poesía consagrada al detalle mínimo, a la observación minuciosa de lo cercano, de lo casi imperceptible, capaz de atisbar «la trémula sombra / de una cerilla prendida / bajo el resplandor del sol». Hay poetas que se ofrecen a mirar la tormenta por nosotros; y está bien que así sea. 

Gerardo Markuleta, en cambio, prefiere encontrar lo extraordinario en lo consabido, «perder la mirada en la madera, / en su patética filigrana; / aliviar las cicatrices que dejó la carcoma; /forzar las bisagras de las portezuelas, / más bien desvencijadas, // conscientes de que el mueble milenario / nos oculta / un secreto cajón en sus entrañas». Devolvernos la manida realidad para que la sintamos por primera vez. Es un poeta. 

Angel Erro 


NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA 

Foto: César San Millán

Gerardo Markuleta Gutiérrez (1963). Nacido en Oñati (Gipuzkoa), reside hace tiempo en Vitoria-Gasteiz. Estudios universitarios en Donostia, Oviedo y Vitoria; licenciado en filología hispánica y vasca. Traductor literario especializado en la traducción de textos poéticos y las versiones al español de textos eusquéricos. Recibió la beca de creación literaria «Joseba Jaka» (fundación Euskalgintza Elkarlanean, Donostia) y el premio de poesía «Ernestina de Champurcín» (Diputación de Álava). Ha publicado seis poemarios en euskera. Sus poemas han sido musicados por cantautores de prestigio como Jabier Muguruza o Mikel Urdangarin. 

Ha traducido al euskera a Julio Cortázar, Eduardo Galeano, Jean Echenoz, Françoise Sagan, Samuel Becket, Michel Houellebecq, la recopilación de cuentistas catalanes Hobe kontatzen ez badidazu… En poesía, ha traducido al euskera a Vicent Andrés Estellés, Ángel Guinda y Blas de Otero, y es autor y traductor de una antología de Poetas catalanes contemporáneos y otra de Ángel González. Además, ha vertido al castellano obras de Anjel Lertxundi, Harkaitz Cano, Kirmen Uribe… También ha traducido a poetas vascos como Rikardo Arregi Diaz de Heredia y el mismo Kirmen Uribe.

POEMA

ONTSA HILTZEKO ARGIBIDEAK 

Bisitan etorri zait, goizaldera. 

Aspaldi jaso gabe haren kikurik. 

Gaur, baina, ez zen Herio bera, 

hil ostekoen kezka lauso bat baizik. 

Hil eta geroko, zer arrangura, 

zer kezkabide, zer afera? Hiletan 

hilak egin behar balu bezala 

anfitrioiarena. Baina burmuinetan 

ez neukan, kasu, hildakoan paper 

argitaragabeak zeinek batuko; 

edo nork moldatuko, txukun eder, 

dozena erdi edizio kritiko. 

Ez: neure buruaz alberdania, 

larri nintzen xehetasun seriosekin. 

Nor arduratuko zeremonia, 

aukeran, kristauegi gerta ez dadin? 

Bide-bazter, hobi edo labea? 

Eskeletan, gurutze edo lauburu? 

Irakurtzekoak, zeinek berea? 

Batez ere: musika nork apartatu? 

«Hildakoan, gaitzik ez», iritzira. 

Hiltzen, laguntzen digu bizitzak berak. 

Eta ondo jatorrak omen dira 

ehorztetxetako mutil alegerak. 


INSTRUCCIONES PARA BIEN MORIR 

Ha venido a visitarme esta mañana. 

Hacía tiempo que no me hacía un gesto. 

Pero esta vez no se trataba de la Parca, 

sino de una difusa inquietud por lo póstumo. 

Para la posteridad, ¿qué asuntos, qué 

quebraderos de cabeza? Como si 

fuera el propio muerto quien tuviera 

que hacer de anfitrión en el entierro. 

Mas no me vino a la mente, por ejemplo, 

si habrá quien recopile mis papeles inéditos; 

si tendré quien me inflija, con rigor y belleza, 

media docena de ediciones críticas. 

No. De holganza conmigo mismo, 

me preocupé por los detalles serios. 

¿Quién se ocupará de que la ceremonia, 

si hay elección, no resulte cristiana en exceso? 

¿Tumba, nicho, horno o cuneta? En la esquela, 

¿una cruz, una estela o un lauburu? 

Las lecturas, ¿que cada cual escoja la suya? 

Sobre todo: ¿quién se hará cargo de la música? 

«Una vez muerto, no hay mal», se dice. 

A morir, bien que ayuda la misma vida. 

Y cuentan que son de lo más simpático 

los alegres muchachos de las funerarias.