Dos Voces en Trasmoz
Lourdes Arilla y
Cristina Prieto
Cristina Prieto
Dos Voces en Trasmoz
Prólogo
He aquí, queridos lectores, sendas manifestaciones poéticas de dos mujeres comprometidas con la palabra y con su tiempo. Palabra en el tiempo, como quería Antonio Machado, sí, mas inscrita en el restringido espacio de lo íntimo, de lo humilde y local, para lanzarla con su fuego revelado a las orillas de lo universal, a ese horizonte donde habla aquello que a todos y todas nos compete.
Dos Voces en Trasmoz, ciertamente, pues tanto Lourdes Arilla, autora de Encendiendo caminos, como Cristina Prieto, autora de La insignia de este tiempo, viven, trabajan y escriben en este precioso lugar moncaíno que, como una caricia de luz, se manifiesta en sus versos.
En efecto, este pueblecito, donde poetas importantes –Pedro Manuel de Urrea, Gustavo Adolfo Bécquer, Ángel Guinda y tantos otros que temporalmente residieron en la Casa del Poeta– dejaron su canto en las alas del viento, es el numen que anima a estas mujeres a buscar la mejor forma de comprender la realidad.
Se trata, pues, de dos voces singulares, si bien con diferentes concepciones poéticas. Arilla, con vocación más clásica y una clara inclinación formal –metro, ritmo, rima– ajustada a variados temas y motivos; Prieto, fía su empeño a la respiración de una palabra que nos llega con el aliento del verso libre y atenta, sobre todo, a la materia conceptual.
Empero, hay un denominador común que justifica, asimismo, la presencia de ambas en este volumen. No otro que la convicción de que la palabra poética ha de ser siempre palabra vívida y vivida, y con un irrenunciable compromiso social. La poesía da forma, como nos enseñó José Ángel Valente, a la «otra palabra», la que se enfrenta al poder.
La palabra de Antígona, la primera mujer que se enfrentó a la polis para decir lo que nadie se atrevía a denunciar. Como ella, Lourdes y Cristina, son mujeres, poetas, resistentes y luchadoras en un medio rural amenazado, que nos brindan otra soberana lección: nada menos que la transformación de lo pequeño en lo grande; de lo individual en lo colectivo.
Os invito emocionada, lectores, a penetrar en estos universos donde la belleza se afirma frente al dolor y emerge en el corazón de las almas sensibles.
Lourdes y Cristina, Cristina y Lourdes, tanto monta, me pidieron aliento y ánimo en esta empresa. Compañía, amistad, en fin. Y, sin embargo, tras escribir este humilde prólogo, ahora sé que soy yo quien está en deuda con ellas. Mil gracias, queridas, por iluminar mi camino.
María José Sáenz
Trasmoz, 1 de octubre de 2024Encendiendo caminos
Lourdes Arilla
Dedicado a mi hermano Eduardo, que nos dejó en presencia y nos llenó en esencia.
PRIMAVERAS DE HIELO
(22-04-24) Te pienso y me dueles,
te sigo queriendo.
Te hablo y me apago,
vuelvo a tu silencio.
Me faltas y llamo
a tus labios muertos
a la lluvia fina
a tu sol de invierno.
El vértigo intacto.
Abriles de acero.
Doce primaveras.
Orquídeas de hielo.
He colocado el tono de tu voz
y el arco de tus cejas y tus legos,
en esa esquina de nuestra niñez
donde el insomnio escribe versos lentos
y la tristeza tiene preferencia.
ABRAZAR EL SENDERO
Cincuenta y más febreros me ha costado
abrazar el sendero que trajino.
No es la felicidad ningún destino
sino una piel que viaja a nuestro lado.
Mil y una vez, mis pies se han enredado
buscando entre lo ajeno el pan y el vino
separando las flores del espino,
negándole a la lágrima el bocado.
Perdí la mies sembrando en el desierto
el grano que a mi huerta pertenece
y tuve que dormir a cielo abierto.
Ahora sé bien que nada permanece
que todo lo que fue ya huele a muerto
y que todos los días amanece.
NANA PARA MANUELA
Mi niña tiene sueño.
Acuden a la fiesta,
Nanas de terciopelo,
Unicornios de fresa,
Ejércitos de versos.
Luna Clara se acerca
A contarle su cuento.
Dos o tres pucheritos,
Una lágrima leve,
El chupete, bendito,
Ronca ovejitas verdes.
Mi niña se ha rendido.
El párpado le vence.
Y parece una estrella
Alumbrando el presente.
AMIGAS
Soy una mujer rica y mi fortuna
no depende del IBEX treinta y cinco.
No se puede guardar en ningún sitio.
No se revaloriza ni se esfuma.
Mi fondo de inversión son esos ratos
en los que compartimos lo que venga.
Amigas aspirina de mis grietas,
nunca van a expropiarnos lo bailado.
Mi capital lo dejo en vuestras manos,
cada vez que la cosa se complica.
Sois color colorado en mis mejillas
y sois mi libertad. Mi ocho de marzo.
Gracias por la gestión, queridas mías.
Seguro es que esta empresa habría hundido
más de una vez, si no hubiese tenido
crédito en vuestro corazón, amigas.
BRINDIS
Brindo el trago morado
de mi copa de vino
a todas las mujeres
que a golpe de alarido
han ido abriendo puertas
y encendiendo caminos.
Las de la lengua larga,
las del tacón con filo,
las que rompen señales
de paso prohibido.
Porque tengo la sed
y la esperanza, brindo
por las ovejas negras,
por las que no lo han sido.
Por las que maniatadas
saltaron al vacío
y las que van sin tregua
a ganar el partido.
Por Simone, Rigoberta,
Madame Curie, Lucía,
por Manuela, sor Juana,
Martín Gaite, Alfonsina...
Por las hijas de Antígona,
por nuestra madre. Tierra.
Sorbo el beso morado
de la garnacha vieja.
ROMANCE DE LA HUERTA
Moncayo llora en mis manos
–estas manos hortelanas–
cuando se muere la noche
y se enciende la alborada.
La música del rocío
hundiéndose en la hojarasca
viste de raso la piel
de la fruta solanácea.
Rojo de tomate herido,
verde vivo de espinaca.
Mis manos van dando tumbos
–estas manos hortelanas–
entre el brillo berenjena
y el intenso remolacha.
No hay belleza más ingenua
que la huerta madrugada
ni corazón más goloso
que el corazón de la blanca
cebolla de nana triste
que cautiva a quién la cata.
Hortalizas de mi tierra,
agua, clorofila y savia.
Mis manos vibran de gozo
–estas manos hortelanas–.
NOTAS BIOBIBLIOGRÁFICAS
Foto: Manuel Jalón
Lourdes Arilla (Tudela 1970). Reside en Trasmoz desde la primavera de 2022, donde ha encontrado amigas y amigos que son familia. El silencio y la magia del Moncayo, han sido motivo de inspiración y de reencuentro con esa afición por la escritura que le acompaña desde la adolescencia. Cocinera por devoción y de profesión, siempre fue la poesía su refugio. Cofundadora del movimiento poético ‘el Club de la Rima’, creado en Tudela en 2014, con el propósito de sacar la poesía de las academias y llevarla a las calles, bares y otros lugares donde la gente más sencilla y de cualquier condición intelectual o personal pudiera disfrutarla. Así pues, ha participado en la organización de numerosos recitales y encuentros poéticos de ámbito popular y colaborado en la edición de varios libros de poemas con fines benéficos.
Dos Voces en Trasmoz es su primer libro editado.
Cristina Prieto (Zamora, 1971), con ADN zamorano de todos mis antepasados desde el siglo XIII, me criaron en Arquillinos, mi pueblo, al que sigo siendo fiel. Aterricé sola a los quince años en Zaragoza, donde terminé COU, Informática de Empresa y Grado Superior de Artes Gráficas. Vivo desde el 2000 con mi familia en Trasmoz. Leo casi exclusivamente poesía, desde que encontrara libros libres de la Editorial Olifante cuando llegué, y de siempre escribo relatos en la frontera de lo real, lo imaginario y el sueño lúcido. La música, leer y escribir, me salvan. Ahora soy Prieto (Martín), Panadera (sin gluten), Pilota (de Drones) y ojalá que para ti, Poeta ().
La insignia de este tiempo
Cristina Prieto
Dedicado a tod@s los Prieto y a l@s que quieran serlo.
SERES
Soy
La hoja que llegado su tiempo se torna
amarilla
El fruto rojo que adorna al acebo
La piedra que deja brotar al cantueso
La nube que viaja con el viento
El grillo que canta en verano
La savia salida del tronco herido
El aroma en la tarde de lluvia
El zorro que cruza en la noche
Pero también soy
El rayo que parte el tronco en dos
El torrente que desborda el cauce olvidado
El veneno ponzoñoso del ciempiés
El oleaje estampado en el precipicio
El hedor putrefacto de la descomposición
La tierra quebrada por falta de agua
El zumbido de la mosca en mi oreja
Sobre todo soy nada
El sonido del árbol que nadie escucha
El pétalo que le falta a una flor
El pájaro que cayó del nido
El tacto liso del haya
La vista perdida en el campo monocromo
La mierda pinchada en un palo
Con los dedos de una mano
Un arco iris que indica que allí está lloviendo
Cada día
Un grano de maíz en un maizal.
DESPERTARES
Buceando en sueños volátiles,
despierto mil veces en la noche
brotando, a borbotones,
por el nacedero de tu risa.
OSMÓTICA
Imantada sensación de cercanía,
cuando rompes la barrera del sonido a tu
paso por Trasmoz.
La tensión del estanque sosteniendo al
insecto.
Líneas ondulantes que convergen en tu punto.
Mercurio líquido hacia ti.
Atravieso el espacio osmótico que nos separa.
En tu presencia, Debra Winger.
ELECTROMA
Amordazada
atada de pies y manos,
me expones
a la luz constante
de mi ceguera.
Estalla otra tormenta eléctrica,
me abandonas para provocarlas en otras
ciudades.
Una fuerte corriente molecular interna me
libera,
como si un agua fresca y cristalina
corriera y cubriera un manto verde
desde mi sexo hasta la cabeza del amor
y un nenúfar tendido al sol
se desmayara suspendido.
OTRA
Ser otro cuerpo el que te desea
una mente distinta desbordada en ti.
Adorarte,
otra
que lame tus heridas,
que busque en tu misterio
con una flor en el pelo
recogiendo tu amor.
Enamorada y frágil, otra,
cuando mires increíble
la corza blanca te salve
oculta en el bosque verde.
GEA
Un día impido que el sol te refleje como a
su luna
a pesar de poner en ello toda mi energía.
Las olas, entonces, se estampan contra el
acantilado,
se inunda el cauce donde construyes tu casa.
Al día siguiente
el sol desperezaba girasoles de su muerte
dulce y
mis ganas de cantar despertaban muertos.
Semanas más tarde
la mosca misma, obsesiva
aún zumba en el oído del mundo.
Tus ojos, que no han podido parpadear
asisten al castigo;
millones de seres que amábamos
te regalan su bondad mientras sucumben,
inadaptados a la frustración de Gea.