Antología poética
Los dioses se despistan en no pocas ocasiones y el azar es la consecuencia de un bostezo, de un perderse la mirada en las nieblas de la ocultación. Digo esto porque la obra de Jacque Canales –nacida Federica Joaquina Canales Rived– es la clara manifestación de cómo un periodo poético –1985/1995– salta por los aires y destroza taxonomías. Lo advertía Valente: las generaciones poéticas forman la línea de salida de una carrera, pero tras el disparo todas se disuelven. La obra es el quehacer de un corredor de fondo solitario –corredora en este caso–. ¿Y dónde estaba la poeta en ese momento? No estaba, nunca ha estado. Jacque se nos antoja una isla solitaria –aunque es cierto que participó activamente en el grupo Prometeo de Poesía Nueva y en el colectivo Némesis– a la que por unas razones u otras ha sido complicado llegar y si ahora comparece con fuerza en esta antología no sólo es para mostrar su rotunda belleza, su luminoso pensamiento, su perfección formal, sino también para desmentir las inamovibles afirmaciones de los manuales.
Canales hace estallar, asimismo, ese sintagma tan caro en nuestros tiempos («poesía joven»), como si la poesía exigiera el carné de identidad, pues, en efecto, nuestra poeta comienza a publicar, como ya se ha señalado, en 1985, cuando contaba cincuenta y tres años de edad. Cincuenta y siete tenía Cervantes al alumbrar la primera parte del inmortal Don Quijote de la Mancha. Obviamente, sé que parece una comparación mal traída (y odiosa, como asegura el refrán español) pero ¿de verdad nos importan esas minucias biográficas? Nos debe ocupar sobre todo la crítica textual. Y tenemos herramientas para ello. Y, en este sentido, ya adelanto que la poesía de nuestra autora sale extraordinariamente beneficiada considerándola desde esta perspectiva. Es el momento de proclamar que la poesía de Jacque Canales no ha recibido la atención que, sin ningún género de dudas, en justicia merece. Este libro, por tanto, constituye una humilde reparación.
Desde 1985 hasta su muerte, que acaece en 1995, publica trece poemarios. Tan sólo una década que dio lugar a una febril creación, acogida, sí, con el entusiasmo de una novedad sorprendente, mas no exenta de una perplejidad hija del prejuicio. Sea como fuere, el reconocimiento inicial fue devorado por las sombras del olvido.
La excéntrica posición, poética y vital, de la autora –las circunstancias de las que hablábamos–, no han facilitado una mejor difusión y un mayor alcance de su obra.
Jacque Canales concibe la poesía como una forma de desentrañar el fondo misterioso de la realidad, los rincones oscuros de la existencia, con el rigor del lenguaje –y el conocimiento de sus límites–, mas también con la osadía que da paso a una cierta renovación en la que al lado de cultismos encontramos también, en perfecto equilibrio, un léxico accesible, incluso popular, en un afán de traer los primeros a nuestro acervo cultural y de dar al segundo su dimensión exacta. La brillante elaboración metafórica y un rico uso de los símbolos confieren a los poemas una profundidad que no vela el prodigio de la transparencia.
No es, Canales, una esteticista y, sin embargo, la belleza no se resiente en absoluto en esa busca de la palabra necesaria, en ese canto que pretende ajustar cuentas con la verdad y los engaños, con la alegría y el dolor, con el tiempo y la melancolía, con el susurro del ser y del estar. En su caso, la belleza es una emanación de un profundo compromiso ético y de un asombroso oficio.
Palabra depurada, libre de toda ganga, ajustada al decir de una razón poética desbordante que nunca se desborda, aun cuando un evidente onirismo sobrepasa el yo de la poeta para abrir una hendidura hacia una conciencia más honda. Éste es el pulso memorable de una poeta enfrentada al olvido. Éste es su latido, el mismo que ya escuché una tarde feliz en casa del añorado maestro Ildefonso-Manuel Gil, en 1996 –un año después de la muerte de la poeta– al recordar su libro En la piel de la palabra, premio «Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal». No podía imaginar entonces que, casi treinta años después, Olifante. Ediciones de Poesía decidiría ofrecer al público esta antología; menos aún que yo fuera la encargada de una edición que tantas veces soñé.
Quiero expresar mi profundo agradecimiento a Olifante por su generosidad y confianza, y por cuidar con tanto mimo esta obra. Gracias también a la poeta –cuya presencia sigue viva y vibrante en cada verso– por haberme acompañado en este recorrido solitario y conmovedor a través de su palabra. Ha sido un privilegio y una emoción constante reencontrarme con su escritura, releerla desde la cercanía y el descubrimiento, y brindar hoy esta aproximación que es también un homenaje.
Entrego ahora, pues, este trabajo con la ilusión acrecida al recuperar –con la dificultad que siempre conlleva una selección y el riesgo de la falibilidad– la que a mi parecer es una de las notables voces del último tercio del siglo XX. Quien encuentre en su vuelo el calor de las revelaciones, la sustancia íntima de la percepción y su eco en el espíritu, la exquisita dulzura de una mirada nueva, el amor que nunca muere, a Jacque Canales se lo deberá; y quien no, que a mí me lo demande… o que me perdone.
María José Sáenz
Trasmoz, 2025
Jacque Canales concibe la poesía como una forma de desentrañar el fondo misterioso de la realidad, los rincones oscuros de la existencia, con el rigor del lenguaje –y el conocimiento de sus límites–, mas también con la osadía que da paso a una cierta renovación en la que al lado de cultismos encontramos también, en perfecto equilibrio, un léxico accesible, incluso popular, en un afán de traer los primeros a nuestro acervo cultural y de dar al segundo su dimensión exacta. La brillante elaboración metafórica y un rico uso de los símbolos confieren a los poemas una profundidad que no vela el prodigio de la transparencia.
No es, Canales, una esteticista y, sin embargo, la belleza no se resiente en absoluto en esa busca de la palabra necesaria, en ese canto que pretende ajustar cuentas con la verdad y los engaños, con la alegría y el dolor, con el tiempo y la melancolía, con el susurro del ser y del estar. En su caso, la belleza es una emanación de un profundo compromiso ético y de un asombroso oficio. Palabra depurada, libre de toda ganga, ajustada al decir de una razón poética desbordante que nunca se desborda, aun cuando un evidente onirismo sobrepasa el yo de la poeta para abrir una hendidura hacia una conciencia más honda. Éste es el pulso memorable de una poeta enfrentada al olvido.
(fragmento del Prólogo)
María José Sáenz
Foto: Archivo familiar
Federica Joaquina Canales Rived –Jacque Canales– nació el 18 de julio de 1932 en Uncastillo, Zaragoza. Es una de las figuras más relevantes en la poesía de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de que su vocación fue tardía. Formada los años de juventud en Zaragoza, se trasladó a Madrid debido a la carrera militar de su padre, ciudad en la que vivió el resto de su vida. En 1982 se incorporó al grupo Prometeo de Poesía Nueva y al colectivo poético Némesis. Además de artículos periodísticos, entrevistas, reportajes literarios y otras obras en prosa, es autora de una prolífica y prestigiada producción poética entre 1985 y 1994. Participó en los International Writers Tours en 1991 organizados por diversas universidades del sur de Estados Unidos. A lo largo de su trayectoria recibió numerosos premios. Su amplia obra poética está traducida a varios idiomas. Falleció el 1 de octubre de 1995 en Madrid.
• Entre la transparencia y la música. Barcelona, Lofornis, 1985.
• Un viento en el espejo. Madrid, Prometeo, 1985.
• En la piel de la palabra. Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1986.
• Ese perfume de la puerta sellada. Barcelona, Lofornis, 1986.
• Colón, presencia entre dos olas. Dos Hermanas, Sevilla, Ayuntamiento, 1987.
• Nietzsche también se ríe. Madrid, Orígenes (Colección La lira de Licario), 1987.
• Un largo pez de plata. Sevilla, Barro, 1987.
• Safo. Cuenca, Ayuntamiento, 1988.
• La noche y sus sandalias. San Fernando de Henares, Madrid, Bitá- cora, 1989.
141• De vita et moribus. Jaén. Club 63, 1989.
• Tiempo de sed. Burgos, Ayuntamiento, 1990.
• El niño de los ojos de agua. Madrid, Rialp, 1994.
• Un puñado de rosas, alcancía. Las Rozas de Madrid. Ayuntamiento, 1994.
• I fuochi di Prometeo (Los fuegos de Prometeo). Colectivo, 1994.
• Eyes of water (El niño de los ojos de agua). Homenaje a Jacque Canales. Traducción de E. G. Miller. Ed. Biblingüe. Madrid, Asociación Prometeo de Poesía, 1996.
• 1990. Entrevista a Jaime Gil de Biedma en El Urogallo 44/45.
• 1990. Reportaje: María Zambrano, Premio Cervantes. Diario ABC
26-04-1990.
• 1994. Necrológica de Fermín Canales. Diario ABC 24-04-1994.
• 1995. Necrológica del pintor Rafael Botí. Diario ABC 08-02-1995.
Arpegios encendidos
en tenue movimiento,
fuego desde tus brazos.
Suave estás en mi memoria como música en el agua,
como sauce en el borde de mi grieta.
Juego con tu aroma de leve terciopelo
sin herida ni labio que ofrecerte.
La página desierta de blanco iluminado
no tiene sueño escrito.
Rumor de la mañana aquietando mi cuerpo.
Qué extraño este vacío como ave prisionera.
¿Por quién voy preguntando mientras se rasga el mundo?
En un Templo, dos ríos tengo ahora,
mi piedra, la almohada,
el sol, el breve llanto.
Relámpagos me alcanzan desde la orilla oscura.
Tu cuerpo está lleno de peces incubados
que desertan de la vida
mientras de madrugada
los amantes meditan su lujuria.
Se mezclan con el hombre
que se juega la vida en una sílaba.
Eres contacto entre espejo y resplandor
de unos ojos acuáticos que cantan y translucen.
Oscuridad azul de despedida,
única herencia que nos deja tu jardín nocturno.
Nos vives como grieta
de tiempo sin historia
mientras vigilamos
y un ejército de cóndores asalta tu frazada.
El árbol
raramente
sueña.
La rama
apoya
su insomnio.
Mejor
será
atravesar
el aire.
Y dejarlo
solo.
A veces te presentas de oscuro,
lentamente, como las hormigas,
haciendo zigzag
con los ojos abiertos,
con cabeza de lluvia,
con humo de carbón.
A veces te quiebras fácilmente,
te reflejas en los ojos de los hombres
heridos en el rostro y en el cuello.
En tus manos invisibles se aglutinan cópulas
y la mica da a luz heridas negras.
Tu energía termina en un triángulo que silba en el aire
melodías festivas.
Tu pluma,
escribiendo en el cosmos edificios de mármol,
camina buscando la palabra del mundo.
El encuentro inesperado con la luz
paraliza tu boca.
Te alargas infinita en hilo irremediable.